Travesía del Golfo de León a vela

Duración: Una semana

Distancia recorrida:  320 millas

Palamós – Brégançon – Golfo de León – St. Tropez – Palamós

Martes 23 de septiembre de 2003

Ya ha llegado el día tan esperado. Son las 10 de la mañana y estamos todos preparados en el muelle del Puerto de Palamós para salir a hacer el Golfo de León. Me hace mucha ilusión. El tan conocido Golfo de León! Conocido entre los marineros por los Mistrales que tan a menudo lo visitan.

Pues bien, la previsión de viento es de Mistral fuerza 6 por la mañana y bajando a 4-5 por la tarde y durante la noche. Todo da a pensar que el Golfo hará honor a su reputación.

Salimos poco antes de las doce. Tenemos tramontana ligera, lo que nos obliga ceñir con rumbo 64º hacia la isla de Porquerolles, a 160 millas. Nos preparamos para el primer embate.

A las pocas horas, el viento empieza a rolar a NW (Mestral) aumentando su fuerza. Empieza la fiesta. Ya es mediodía y manteniendo el rumbo, trimamos las velas al descuartelar. El barco va como una locomotora. Da 9 nudos de media con puntas de 10 y 11. Bajo un viento de 25 a 30 nudos, con puntas de 35 nudos y una mar movidita, hemos puesto ya dos rizos en la mayor y el génova bastante enrollado…

La tarde la pasamos peleándonos con la rueda del timón para mantener el barco a rumbo. La situación no se calma, sino que el viento se estira. Empezamos a dudar de la previsión. Alguien sugiere dar la vuelta ya que la mar es imponente. Hemos entrado ya de lleno en el Golfo. Finalmente, y a pesar de todo, decidimos continuar. Todas las previsiones nos dicen que el viento tiene que bajar. Confiaremos en la técnica de los meteorólogos y en el velero.

Entra la noche; la lucha con la rueda del timón para mantener el barco bajo estas condiciones es constante, fuerte, implacable, pero a la vez te hace sentir vivo, en este presente duro y húmedo que hemos escogido. Son momentos intensos que sin duda nos quedarán a la memoria por mucho tiempo.

Miércoles 24 de septiembre de 2003

A primeras horas de la madrugada notamos la ya tangible bajada de viento y de mar. Mejor, pues ya teníamos nuestras dudas.

A partir de aquí el barco mucho más dócil, se deja llevar de fábula, aún cuando hasta este momento ha aguantado como un Javato. Pasamos la madrugada navegando a toda castaña surcando una mar oscura como la garganta del lobo.

Hacia las 2 ya divisamos los primeros faros de la Provenza. A las 5 de la mañana, cansados, y con una meteo de NE de fuerza 6 – 7 inminente prevista en nuestra zona, fondeamos con las primeras luces del día en la bahía de Brégançon. A dormir, que ya toca.

Me levanto a media mañana. Todo el mundo duerme. El barco está fondeado en calma, la mar está plana como un espejo. No se escucha ni un aliento. Salgo fuera y quedo extasiado del paisaje que nos rodea. Hasta ahora no lo había visto pues hemos entrado con muy poca luz. La zona es como la cala Castell de Palamós (sin urbanizar) pero 10 o 20 veces más grande. Hay un castillo a levante de donde estamos fondeados. Una línea de costa boscosa, verde sin interrupciones rodea el barco. Realmente hemos ido a parar a un sitio muy bonito.

Tras la comida vamos a inspeccionar la costa con la neumática pues el NE ya ha entrado y no nos apetece aguantar el rumbo con un viento de 30 nudos de cara.

Esto es el paraíso. Sólo estamos tres barcos y un trimarán de competición fondeados en una grandiosa bahía, delimitada por una playa de arena fina y con un denso pinar de trasfondo. Vemos que es necesario entrar con precaución pues todo esto está lleno de bajos rocosos, sobre todo en la zona de tramontana y a poniente.

La puesta de sol… como lo diría… no lo sé. Un cielo inmaculado nos regala una puesta de sol lenta, pausada y bonita. El viento del NE ya va bajando. Preparamos la salida hacia St. Tropez.

Jueves 25 de septiembre de 2003

A las 5 de la madrugada toca diana. Nos levantamos y levamos el fondeo en la noche tranquila. Salimos guiados por el faro de Cap Bénat y después por el de Cap Camarat.

Navegamos a vela. El día se va levantando poco a poco y lentamente las islas de Port Cros y Lévant van quedando por la aleta de estribor. La mañana es soleada y tranquila. Hay mar, pero muy poco viento. Acabamos entrando a motor en la bahía de St. Tropez. El paisaje es precioso, estamos en la Costa Azul. Se ven despuntar unos mástiles altísimos tras el espigón de protección de St. Tropez. Iremos a verlos. Pasamos la bocana de Port Grimaud a las 10 de la mañana. Hemos llegado.

Viernes 10 d’octubre de 2003

Después de unos días (bastantes días) de fiesta, viento, mucho viento, y de nuevos amigos, a las 5 de la madrugada largamos amarras de Port Grimaud y salimos para volver a casa. No hay luz diurna y el sueño acompaña. Hace buen tiempo, un poco de mar de poniente que nos viene de proa, pero poco viento. Vamos a vela – motor.

Sin darnos cuenta, ya de día, volvemos a estar en manos del Golfo de León; esta vez, sin embargo se nos presenta manso.

Van pasando las horas fácilmente, una guardia tras la otra sin más novedad que las historias que nos explicamos unos a otros.

La puesta de sol nos pilla a 75 millas de la costa. El sol se va escondiendo encendido tras el horizonte, dentro de su cielo teñido de mil tonalidades anaranjadas. Por la amura de estribor vemos claramente las montañas del Canigó, nuestro Canigó. La mar vista desde su cumbre se hace querer tanto que aquí nos ha traído. Y desde la mar, las cumbres del Canigó son la continuación lógica, ordenada, perfecta de su inmensidad. Ojalá que nuestras vidas sigan los caminos de la paz que nos ha dado este cielo y esta mar placiente. La luna viene a vernos tan pronto el sol se despide. El barco navega, navega sin cesar, como el universo. Nadie ha dicho nada durante mucho rato. No hacía falta decir nada.

Sábado 11 d’octubre de 2003

De madrugada, divisando bajo una noche de luna llena los faros de la Costa Brava, conocidos ya tras muchas noches compartidas, entramos en Palamós. Amarramos llenos de vivencias, y con el recuerdo del Golfo de León en el bolsillo. El Golfo, ahora, también será un poco nuestro.

Quim Gispert