Redescubrir la aventura en el mar balear
Duración: Dos semanas
Distancia recorrida: 850 millas
Palamós – Menorca – Cabrera – Ibiza – Formentera – Palamós.
El sábado 17 de Agosto del 2002, hacia las 14 h, zarpó la expedición del “Crodeler” desde el puerto antiguo de Palamós, a bordo de dos de los veleros de Vela Nòmada, el Atalante (Bénéteau Océanis 411 Clipper) y el Antull (Bénéteau Océanis 361 Clipper), rumbo hacia Menorca.
La travesía transcurrió tranquila, sin demasiado viento, y con bastantes horas a motor, pero muy bonita. Era nuestra primera travesía y sin la menor duda es una experiencia que recomendamos a todos los que les guste navegar y que tengan unos mínimos conocimientos. En nuestro caso fue bastante completa: vimos un pez espada, nos bañamos con delfines, disfrutamos de una preciosa puesta de Sol en alta mar y navegamos con el gennaker por la noche.
Un delfín jugando con Atalante
El domingo hacia las 11:30 h llegábamos al puerto de Ciutadella. Es un puerto pequeño y con poca infraestructura, con un solo muelle para no propietarios donde los barcos se abarloan hasta tercera fila. Al llegar temprano, encontramos amarre para los dos barcos juntos, e incluso nos pudimos permitir el lujo de ir a darnos un baño en la cala que hay justo saliendo de Ciutadella, cala Santandría. Es necesario prestar atención pues los amarres allí funcionan casi como un parking, si te marchas nadie te garantiza el lugar al volver, por mucho que hayas pagado.
Durante el día dimos un pequeño paseo por Ciutadella, fuimos a aprovisionarnos de nuevo y al atardecer, la cena y fiesta para celebrar la llegada.
Al día siguiente enfilamos hacia Son Saura, amplia cala, de aguas cristalinas y fondos de arena, donde aprovechamos para comer, y después hacia cala Sta. Galdana. Al atardecer fuimos a fondear a la paradisíaca cala de Trebaluja, donde pasamos la noche.
El martes lo empezamos visitando rápidamente la cala En Porter, nos paseamos por cala Coves, donde practicamos un fondeo con “cabo hacia la roca”, que con viento del sur no fue del todo fácil. Se trata de una cala estrecha, con algunas rocas en el fondo y muy concurrida dada su belleza y las cuevas naturales donde tiempos atrás vivían los “hippies” (durante el verano todavía hay alguna habitada). Finalmente fuimos a parar a Maó. A destacar de Maó su espectacular entrada, por un ancho canal de unas 3 millas. Una vez más la suerte nos acompañó (este vez ya llegamos más tarde, hacia las 17 h) y encontramos amarre para los dos barcos de costado, justo en los amarres que hay dando a la acera del paseo, como si de un coche se tratara. Todo un lujo.
C de Crodeler (y de Ciutadella)
Cena en la arena de cala Trebaluja
El miércoles hicimos una visita a la isla de el Aire, bonita pero un poco masificada, y cala Binisafúller. Tras la cena, y de un pequeño tropiezo con un erizo de mar, pusimos rumbo a Cabrera.
Ya de noche, la travesía hacia Cabrera transcurrió con viento suave. Nos pusimos el motor hasta casi llegar, hacia las 10h de la mañana.
Cabrera es sin duda una isla merecedora de una visita, pero quizás con demasiadas limitaciones. Aunque estas se aceptan sabiendo que son a favor de la conservación del medio ambiente, la preservación del cual con la popularidad que disfruta hoy día la náutica, es especialmente importante y crítica. Sin embargo, en la práctica, nos encontramos que en Cabrera todo está regulado y restringido (…para casi todo el mundo). En particular, y excepto que uno tenga permiso de buceo, sólo está permitido el fondeo en el puerto donde hay muertos con boyas clasificadas por colores según la eslora. Nosotros habíamos conseguido los permisos para los dos barcos, tramitados por Quim Gispert de Vela Nòmada, aproximadamente 10 días antes. Tras visitar durante un par de días el archipiélago y un intento frustrado de trasluchada con gennaker, el viernes al atardecer hacia las 21h salimos hacia Ibiza.
Durante la travesía hacia Ibiza pasamos el único susto del viaje; nos cogió de lleno, a primera hora de la mañana, a unas 10 millas de la isla de Tagomago, una tormenta como hacía tiempo que no veían por aquellas tierras. El viento no era excesivo (no mucho más de 30 nudos), pero los relámpagos caían amenazadoramente cerca del mástil, la lluvia a duras penas permitía abrir los ojos y el mar se volvió de color negro. Pero el Atalante y el Antull resistieron heroicamente y salimos indemnes.
En el puerto de Ibiza hay cuatro posibilidades para amarrar, pero aún así no es nada fácil encontrar lugar (ni económico). Nosotros amarramos en el C.N. de Ibiza, probablemente el puerto con menos instalaciones de los que visitamos. Nos sirvió para practicar la maniobra de atracar a un muelle de popa con ancla por la proa, que dadas las circunstancias salió bastante bien. A destacar que cabe prestar atención a la hora de largar el ancla para no cruzarla con la de otros barcos, o con alguno de los pocos muertos existentes. Además se tiene que vigilar de no engancharla con la línea de muertos (a unos 20-25 m. del muelle) pues la suciedad de aquellas aguas, además de anular la visibilidad, invitan poco a zambullirse. En los amarres que dan al exterior del club hay frecuentes oleajes debidos a los ferries que entran y salen, y unos peligrosos escalones de hormigón saliendo justo bajo el nivel del agua, por lo cual se tiene que procurar mantener las distancias por la popa. Y finalmente, hace falta espabilarse para encontrar alguno de los tablones que nos permitirán, nada cómodamente, bajar de la embarcación.
En Ibiza pasamos dos días, y optamos por un turismo más terrestre, entre otras cosas porque el tiempo no acompañaba demasiado
El lunes a media mañana salimos hacia la última isla de nuestro viaje, Formentera, la más tranquila de todas. El trayecto fue corto pero intenso, con un viento favorable que nos permitió pasar de los 8 nudos con un rizo tomado.
Aquella noche y la siguiente la pasamos en la Marina de Formentera, en el puerto de la Savina. El más caro de todos los que conocimos, en parte debido a las restricciones de agua que padecen, pero con buenas instalaciones.
Alquilamos unas bicicletas y visitamos los pueblos interiores de la isla y la playa de Es Pujols.
El miércoles pasamos la noche en la cala Sahona, uno de los pocos lugares de la isla lo suficientemente resguardado como para pernoctar, donde por seguridad practicamos un exitoso fondeo con doble ancla. En el restaurante de la playa hicimos la última cena todos juntos.
El jueves 29 de agosto tras la comida encaramos el viaje de vuelta, con una pequeña parada en el bonito islote de Es Vedrà, en la punta suroeste de Ibiza. El viento fue bastante favorable, y pudimos poner el gennaker durante unas 6 horas, de 17 h a 23 h, logrando velocidades de más de 7 nudos con viento de SW. Además vimos delfines hasta tres veces, en una de las cuales aprovechamos para volver a bañarnos con ellos.
El tiempo fue muy bueno durante todo el viaje y el sábado a la salida del sol llegábamos a Palamós otra vez.
A la hora de escoger los lugares para fondear y también para las entradas a puerto, usamos en todo momento un preciso y exacto piloto inglés con un resultado muy satisfactorio. Como muestra, no tuvimos ninguna incidencia en este sentido.
A destacar el altísimo nivel de calidad del servicio recibido por la gente de Vela Nómada, en particular el buen estado de los barcos, así como el excelente trato recibido por Quim Gispert, quien ha estado habitualmente nuestro interlocutor. Este ha estado precisamente el motivo de haber accedido a hacer esta pequeña colaboración.
Bingen Juan