4 días inolvidables de auténtica Costa Brava en diciembre
Aprovechamos una previsión meteo muy buena y el puente de la Purísima de diciembre de 2011 para embarcarnos en un par de veleros de Velanomada, con el objetivo de subir hacia el cabo de Creus y acercarnos tanto como sea posible a los lugares donde durante la temporada veraniega nos es difícil.
El jueves 1 de diciembre recogemos los utensilios y nos vamos a Palamós. Embarcamos hacia las 11 de la mañana y a las 12 del mediodía salimos para ir a fondear a cala Castell y comer.
Pues dicho y hecho. Media hora de navegación y tiramos el hierro a escasos metros de la arena. Sonda 3 m. Genial.
En cala Castell
Comemos un buen asado y luego sin entretenernos demasiado seguimos hacia arriba, rumbo norte.
Remontamos a vela y motor la isla, Calella, Tamariu, las calas de Begur. La puesta de sol nos persigue en Pals. Las Medes las pasamos ya al atardecer y llegamos a L’Escala de noche.
Las islas Medes por proa, al atardecer
Los niños, durante la navegación, entretenidos con la Wii, no se dan cuenta hasta que estamos casi en la bocana del puerto.
Por la mañana hacemos una corta visita al Open 60 Mirabaud de la Barcelona World Race que estos días está en Roses promocionando la segunda BWR. Qué velero, madre mía!
Salimos a media mañana rumbo a Cadaqués. Golfo de Roses a motor pues el viento es testimonial. El día es espléndido. Las velas del Mirabaud, que ya está en el mar, como un espejismo, lejos, flotando en el mar plano del golfo de Roses.
Pau en la rueda
Golfo de Roses con el Canigó nevado al fondo
Roses, Montjoi, cabo Norfeu, Júncols y finalmente el faro de Cala Nans y Cadaqués. Fantástico. Estamos solos en la cala, en compañía de alguna que otra barca amarrada desde hace tiempo, y de las gaviotas. Nos amarramos a la boya que queda más cerca de tierra, o sea a un par de docenas de bogadas de tierra con el chinchorro.
Cadaqués muy cerca
Después de una buena comida a bordo, los niños salen con el chinchorro a buscar aventuras hacia el Piló y Nans, y los mayores vamos hacia tierra a tomar un café en el Casino, hasta que se nos hace oscuro sobre las seis. Ya se sabe, ahora en invierno, el día es corto y hay que aprovecharlo!
A la descubierta de la bahía
Una vez en el velero, zapatillas mojadas de los aventureros a buscar el calor del motor para secarlas, cambio de vaqueros mojados hasta las rodillas y los chiquillos comienzan una partida de Risk interminable que nos hace cenar casi a las doce!
Noche de ensueño, sin gota de viento ni de mar.
El sábado nos levantamos pronto, y sin poner en marcha el motor ponemos velas y salimos de Cadaqués, con lo de 2 o 3 nudos de terral, poco a poco, pausadamente, sobre un mar tranquilísimo y con un amanecer indescriptible. Hacemos medio nudo. La juventud nos adelanta con el chinchorro bogando… Vivir estos momentos no tiene precio.
Salida de Cadaqués a vela
Los pequeños, bogando, nos atrapan…
Una vez fuera de la bahía, poco a poco empezamos a encontrar una tramuntana amistralada que va subiendo hasta los 10 nudos y que nos hace disfrutar a todos, padres y niños, ahora sí todos a bordo, de tres horas de navegación a vela muy bonitas hasta remontar el cabo de Creus. El Canigó se ve rebosante de nieve. También vislumbramos el Bastiments, el pico del Infern y el Puigmal, y toda la cresta de Pla Guillem enpolvada. A nosotros, que somos de mar y montaña, nos gusta reencontrar el paisaje de mar y Pirineos en el cabo de Creus.
Ceñida hacia la Massa d’Oros
Pues bien, escoramos, remontamos, viramos la Massa d’Oros que se resiste a pasar y disfrutamos del sol nítido y fresco de este diciembre. No encontramos a nadie navegando, ni pescadores ni veleros ni motoras. Nadie. El cabo de Creus, como ayer en Castell, la costa de Begur, Pals, Estartit, Medes, Roses, es todo para nosotros.
Una vez cerca de cala Culip arriar velas y, ahora sí, arrancamos motor para entrar. La encontramos solitaria, bella, salvaje. Nada que ver comparada con la cantidad de gente que hay cuando hace calor a partir de la primavera.
Lanzamos el hierro junto al embarcadero. Nuevamente nos abarloamos. Los niños suben a las neumáticas para reconocer el nuevo escenario. El lugar es maravilloso.
En cala Culip
Después de comer toca subir a todos arriba del mástil. Bien asegurados uno tras otro hacemos subir a todos pequeños y mayores, hasta la perilla. Desde arriba el panorama es inmenso, la vista saltando por encima del brazo de roca que cierra la cala por el norte y llegando hasta el faro.
Hacia arriba!
Está bien este segundo uso del tangó
Para terminar de disfrutar la zona decidimos bajar todos a tierra y andar por el camino que nos lleva hasta s’Àguila de Tudela. Con cuatro pasos de trepada ya tenemos al personal haciendo compañía al ratonero de piedra. Es increíble como se aguanta todavía, resistiendo el paso del tiempo y los latigazos de la tramontana cuando sopla.
S’Àguila de Tudela
De vuelta a cala Culip, nuestros solitarios veleros
Ya al atardecer, salimos de Culip, solitarios entre la geografía de la zona que nos hace sentir pequeños, rumbo a las Medes.
Una segunda partida de Risk hace la travesía nocturna motor de Culip hasta Medes entretenida y amena para los niños.
Núria y yo, afuera, vigilando en una noche de calma total, de mar de aceite, de luna llena, con sus reflejos indescriptibles, al fresco de diciembre. Vigilando qué? Vigilando nada. Nada de nada pues no hay nadie en el golfo de Roses. Nadie. Sólo nosotros atravesando el mar sin querer hacerle daño, y la luna. La luna que nos regala la costa de tonalidades grises y el mar plateado.
Noche de luna llena rumbo a Medes
Entramos en el Estartit a ver el Madrid-Barça y a dormir. El Madrid-Barça, impresionante. La noche, placentera. Y las zapatillas, a secar de nuevo en el compartimento del motor.
Por la mañana, no demasiado tarde, salimos de puerto y vamos a hacer una visita al Carall Bernat. Le damos la vuelta con los veleros, ya que el mar, el viento y la ausencia total de otros visitantes nos lo permite. Es realmente impresionante esta roca.
Es Tascó por estribor, y es Carall Bernat por babor
Con las Medes a pocos metros por la popa, subimos mayor, desplegamos génova y enfilamos hacia el cabo de Begur. Objetivo, la Cueva de Gispert. Con viento de través que va pasando en la aleta, subimos el asimétrico. Vamos haciendo 5 nudos con 6 o 7 reales por la aleta de estribor, aprovechando un ligero mistral que entra como la gloria.
El cabo de Begur por proa
Poco más de una hora y ya estamos en cabo de Begur, arriar y enseguida llegamos a Can Gispert. Nuevamente, compartimos la cueva sólo con el cálido sol que nos acompaña en esta mañana radiante.
Hierro abajo y cueva adentro hasta el bloque que hay al lado del final. Desembarcamos a los niños, los dejamos solos con los frontales sobre la piedra. Si, no sufráis abuelas, no sufráis que la mar está en calma. Y hacia afuera a buscar a los mayores. Se siente la respiración del mar que entra en el fondo de la cueva, como si fuera un monstruo durmiendo. El ambiente, la soledad, los ruidos, la oscuridad rota por los rayos de sol que entran, el goteo del agua que cae del techo, todo es irreal. La angustia deja paso al presente, que quedará grabado con fuego en la memoria de los niños.
Cueva de Gispert
Ya que estamos, hacemos una corta visita a la cueva del Obispo, y a comer a Tamariu que falta gente -en sentido literal pues aparte de una docena de peatones en el pueblo, en el mar aparte de nosotros no hay ni las boyas de amarre-.
Fondeamos a pocos metros del embarcadero, junto en la arena. En un lugar donde en verano es imposible de estar por la cantidad de boyas y de bañistas que cierran el paso.
Tamariu
Vuelta a empezar. Chinchorros, alguna caída cuando los pequeños practican bloque al lado de levante de la cala, y como es habitual en estos días, pies mojados y cambio de pantalones.
Tamariu
Todo se acaba y llega el momento de recoger. Recoger niños repartidos por la cala y bultos por todas partes del velero.
Tranquilamente, a motor, absorbidos por la puesta de sol impresionante del atardecer, rumbo a la isla, y después hacia Palamós, volvemos a romper la mar de espejo entre el vuelo rasante de las gaviotas.
El Sotllo, volviendo hacia Palamós, ya con la isla por popa
El Isàvena
Cuatro días realmente inolvidables que nos han hecho vivir la Costa Brava como debía ser hace 40 o 50 años, solitaria, olvidada, magnífica y equilibrada.
El grupo de los grumetes
Quim Gispert